Eso que es lo más difícil de
contar. Eso que ocupa un lugar en el no lugar… lo más difícil de explicar, de
entender. Verdad de perogrullo: no estamos acostumbrados a hablar con silencios,
debemos decir con palabras; o quizás mejor y creo que así lo diría Pero Grullo:
cuando no estamos en silencio, es porque estamos hablando. Y así es como
decimos sin decir… así es como nunca podríamos poder hablarle a Funes (que
recordaría cada una de nuestras banalidades), así es como tus palabras chocan
contra las mías sin poder tocarse, sin poder mirarse. Las palabras ocupan todo
el espacio, todo el medio. Somos seres de palabras. El silencio se volvió
costosamente sostenible… y nadie se pregunta cómo alguien puede entender tus
palabras sin poder entender tus silencios. Ya nadie se da cuenta que las
palabras perderían sentido, si el silencio no fuera percibido como peligroso.
Es entonces ese tiempo ofuscante, aburrido… que hay que tratar de evitar. Pero
no puedo evitar mirarte… hablándote con los ojos, con alguna mueca, con algún
suspiro. No puedo evitar la comisura de tus labios, esos que no necesitan
palabras, esos que quieren que en algún momento escampe y ponen el no lugar en
juego con miles de palabras… con razones y silogismos, con tambores y largas
espadas. Pero saben entre ellos, sólo entre ellos que el tiempo del silencio ha
llegado. Saben del secreto y el misterio. Saben del destino y la asimetría. Se
sienten más cómodos. Pueden descansar de movimientos, pueden relajar las
sonrisas forzadas y el constante llanto inexplicable. Ese que como el silencio
esta siempre, en la eventualidad, que queremos creer no entender… pero que
sabemos necesario en la tristeza, que sabemos necesario en la costumbre. Ellos
hace tiempo se dieron cuenta que las palabras son finitas, se agotan y nos
dejan sin poder decir, sin poder contar. Los silencios por el contrario son
inacabables… siempre distintos. Un silencio con mi mano en tu cara, nunca será
el mismo cuando mi mano este en tu cintura. Mi silencio nunca chocará con tus
palabras, sino que ávido de amor las recibirá para atenuarlas, comprenderlas…
cuidarlas. Tu silencio nunca colisionará con el mío, pues ellos no ambicionan
el lugar… ellos no tienen nada que perder (ni que ganar). Sólo quieren ser
tenidos en cuenta, salir de su invisibilidad, salir de su destierro. Ellos
quieren mostrar su utilidad. Dar un nuevo valor a la comprensión, a la
imaginación y al tiempo de realización. Entonces pensemos en el sonido del
silencio, en la palabra no dicha, en la percepción de lo otro… eso que tus ojos
me dicen cuando no me miran, pero tus manos espían de reojo. El silencio es
dejar de escuchar con los oídos, es dejar de tocar con las manos, es dejar de
ver con los ojos. El silencio es sentir que alguien te mira cuando estas de
espalda, es sentir que alguien está hablando de vos en algún lugar, es sentir
el escalofrío de una sonrisa. Es percibir lo que nos rodea que descartamos y
olvidamos. Es saber que me gustas así… sabiéndote a medias y que en nuestros no
lugares y olvidos, somos implacablemente silenciosos.