jueves, marzo 27, 2008

Un fin como principio.

Nadie supone la muerte. Nadie la considera en un buen momento. Nadie la espera. Qué extrañamos, por qué lloramos…pensamos tener todo claro en medio de una oscuridad que se hace cada ratito mas grande. Entonces guardamos las lágrimas, sonrisas forzadas. O por qué juzgar quizás verdaderas. Quiero aferrarme a la segunda idea. Somos concientes, pero no. Somos adultos, maduros, indiferentes…pero nada de todo esto tiene que ver. Vemos los abismos vacíos, perpetuos, incipientes…arduos de soledad. Supongo que es eso…soledad. No pienso en el dolor, mas que momentáneo y superfluamente pasajero. Pero que pasa con el lugar vacío. De aquello que hacíamos juntos y ya no podemos. Que pasa con su voz. Con sus ojos. Sus gritos. Sus pasos. Con las costumbres perdidas. Somos animales acostumbrados. Somos cotidianos. Nos enamoramos de lo que compartimos, de lo que repetidamente nos hace reír o llorar…de aquello que vemos continuamente, nos enamoramos de la rutina, la tradición, la usanza, el hábito. Y la muerte nos saca eso…nos quita lo que amamos. Nos quita lo material, de lo que nos es difícil desprendernos y lo que más fácil tocamos, deseamos, maltratamos y cuidamos. Pues qué más difícil que pensar “siempre va estar conmigo”…o quizás “con su recuerdo me alcanza”…pues claro que son frases hermosas, y realmente verdaderas si con sinceridad nos las creyéramos. Pues somos almas encerradas en un cuerpo, somos un todo abstracto…que aprende y enseña. Pero en esta vida, no queremos lo abstracto, no somos capaces. Pues lloramos al corazón detenido…y no reímos por el alma liberada. Estamos condenados a vivir para morir, pero nadie puede aceptar la idea de lo desconocido. Y claro, imaginar aquello, nos llevaría a la locura. Pues quizás quien diga no temerle a la muerte, es aquel que más le teme, pues a estado largo rato pensando por qué no temerle. Y es seguro que no encontró el motivo, más que su autoconvencimiento de repetirlo a sus pares. Supongo que le tengo terror a la muerte, pero no tanto como a la vida. A cada día pensar, escribir, leer, hablar, equivocarme, fastidiarme y volver a empezar, me llena de terror, de curiosidad, de incertidumbre. Pues no vivo para la muerte, vivo para no morir en soledad.