Me gusta aquel verso que dice sobremanera… y
sigue, no recuerdo bien, diciendo que lo nuestro es para llorar, porque nos
queremos, pero ahora se ve que el amor iba adelante, con las manos gentilmente.
Algo así. Un poco ese recuerdo cavilante del olvido memorioso de vos, de tus
gestos, acá cerca mío. Insisto que deberíamos. Pero levantas una ciudad entre
nosotros. Texturas macizas, imposibles del encuentro. Malgastamos un no sé qué que no tiene nadie. Ni vos con
tus manos, ni el insomnio con la duda del sueño. Sólo nosotros. Un no sé qué que rompe las reglas. Que
concuerda con tu breve cintura, aquella que recuerdo como la arena de relojes
pendulantes. Un no sé qué que desmorona
lo conocido, lo supuesto, lo que creemos es de aquella forma (y no de otra). Creo
que he perdido mi forma de amar, he perdido el tacto de tu piel ansiosa… esa
ansiedad romántica que escondes, que dejas en penitencia en un rincón infructuoso
de tu corazón (de vos que sos así… intensamente). Pero, quiero que sepas: sólo
quiero mirarte. Ese no sé qué, te
decía, que nos impulsa a un cotidiano irreverente. Distinto del cotidiano de
todos: ese que desgasta, abruma, aburre. Una cotidianeidad dispareja que
encierra una complicidad. Esa que es tuya y mía. Que conocemos bien, que nos ocasiona.
Regreso, hago un panfleto… deberíamos, sólo quiero verte—así a tu lado, riéndonos.
Retorno a ese no sé qué que zigzaguea
entre tus piernas interminables y llega al infinito de un lugar innombrable. Un
lugar nuestro, que a pesar de tu porfiada obcecación no rotulas. Tratas de
olvidar. Pero algo tiene memoria, tus manos se concilian con tu pelo, con tu
cuello—eso te invade, te perturba. Con vos y ese no sé qué que te saca de la rutina. Que te recuerda que la pertinaz
vanidad del letargo no sirve entre nosotros… por eso sentís que algo sigue ahí,
como cuando jóvenes, incluso antes de sabernos. Por eso sentís que el tiempo no
paso. Que anteayer nomás fuimos, somos. Pero no. Fueron unos centenares de días
que precedieron el ayer. Mucho tiempo para que pase esto… así, de esta forma—impetuosa.
Te preguntas por qué. Y la respuesta se presenta banal a través de un
razonamiento perplejo. Entonces decidís no olvidar para rotular. Cuando sepa
qué es, cuando conozca el porqué, cuando le ponga un nombre… entonces ahí podré
ignorarlo—te decís. Te repetís, te insistís. No contestes más. ¿Para qué?—te
preguntas. Yo te contesto, con otro verso, que me viene a la memoria y se va.
Te contesto, diciéndote que no pido mucho, solamente tu mano, tenerla… eso,
tenerla. Un segundo conmigo y con vos para volver a mirarte, y poder renovar el
recuerdo borroso de tus ojos, de ese movimiento que hacías con la mano que
usabas como un rastrillo para acomodar tu pelo hacia un costado. Porque sabías
que te quedaba lindo. Podes inventar mil excusas, podes seguir tu vida diagramada.
Esa que es lo que es. Pero también podes jugar. Acomodarte en ese no sé qué y escuchar a tus manos, a tus
risas, a esa que tenes en penitencia. Hacer auto-stop para viajar a lo recóndito,
para alejarte del placebo de la trama. Ansiosa, terca… segura de vos, te
recuerdo. No entro en el laberinto, te pido que salgas. Que derrumbes la
ciudad. Que avizores la dulzura de un encuentro como final. Como partida. Como
un tiempo que es solo nuestro. Con el amor que va por delante… al que
ignoramos, y no nos importa. Sólo vos y yo con ese no sé qué.