miércoles, agosto 25, 2010

Entre(ella)

Sus manos tienen el tiempo cabal de sublime perennidad. Altiva sonríe de pie en sus recuerdos que la atormentan y solo tanteo sus pasos para mirarla en su nube de perspicacia aglutinadora de feroz sabiduría. Incipiente sus ojos ignorantes de maldad entienden que el tiempo no pasa y sus ataduras incoadas en falsos vocablos de materialidad cohíben su beldad de cadenciosa calidez. Y así ella desenfrenadamente asfixia mis manos que sostienen temerosas un corazón de lentos latidos, de un flemático parpadear… que difícilmente podrá sostenerse en el tiempo, su tiempo de ella… ese que no pasa, ese que sus manos fibrosas de amor tienen, sostienen, mantienen… esparcen en su vida atenazada de tristeza por oídos que no hablan, por palabras silenciosas y amabilidades grotescas. La suspicacia de sus esquivas interpretaciones hacen hincapié en momentos de héroes, como Héctor o aquellos de Esquilo y Eurípides… su amor shakesperiano contrasta enérgicamente con aquel que puede ser su tiempo troyano de Apolo y me tienta irremediablemente a besarla, y apretujar mi corazón que lejos del pecho siente el decapitamiento de mis manos incisivas y cuidadosas que cartesianamente mantienen un estudio escarlata de su amor y su locura. Guardo silencio en un rincón y la escucho vociferar estruendosas quejas por las cuales vive y no dejaría vivir… incapaces ellas de salir de su boca de pétalos y estrellarse de una vez contra la verdad mentirosa de un amor enterrado pero vivo, suplicado y vilmente echado, tachado, cuestionado. Así la quiero, como es, con sus implacables miradas de verdugo terror y sus vueltas ardientes de contencioso libertinaje condicionado. Sus costumbres ya en desuso, sus pasiones pasadas revividas incesantemente, sus llantos de lágrimas que no caen, que se desaguan y se evaporan gaseosas al infinito de una angustia alegremente dilucidada. Así sostengo mi mirada impaciente para que me ame, y cuide de mi piel ruinosa ya de amores usuales y soslayantes de fantasías y sueños que cansan, que agotan el alma… que desvanecen celajes lechuzones y nos envían de un momento a otro a ese lugar de añoranza, a ese sitio de eminente apasionamiento. Ese lugar que encuentro entre tu olor y tu cintura, entre aquello que pensas y eso que nunca decís. Vos que sin voz me llenas el cuerpo de electricidad y entiendo en un santiamén que tu tú será lo que tus manos dejen ser en aquel tiempo interminable que sabe claramente que mi yo, solo cavila no en el contigo… menos aun en el conmigo, sino solo en el nosotros. Y así voy respirando y pensando para que al fin tu pánico no sea por perder lo que amas y sea por no poder amar incansablemente lo que sabes que vas a perder… y por eso he de amarte fatigosamente, para entender que tu pánico será mi miedo y estrechar nuestras manos sudorosas cuando el aire no se escabulla a los pulmones.